lunes, agosto 09, 2004

La dulcería (parte I)

Esa mañana había amanecido nublado, después de la torrencial lluvia de la media noche. Las calles estaban mojadas, en los adoquines y en el empedrado se reflejaba el caminar de las nubes contrastando con las imponentes construcciones estilo francés. En medio del bullicio matinal se escuchaban cómo salpicaban unos apresurados pasos a través del callejón. Debía llegar temprano a la imprenta porque ya iba a ser su segundo retardo y no quería que lo echaran cómo le ocurrió al pobre de Carlos. De pronto un sutil aroma se mezcló en el ambiente, ganándole a la basura del callejón y al recién estrenado drenaje profundo, era tan delicioso que no tuvo más remedio que seguirlo. Dobló en la esquina y siguió corriendo dejándose llevar por su olfato, de pronto se encontró en una calle amplia y concurrida. El aroma se intensificaba, así que no le fue difícil el distinguir de donde llegaba tan sublime éter. Estaba parado justo ahí, donde su olfato le decía que debía de estar, aquel aroma tan sublime era de chocolate que habían preparado hacía una hora para colocarlo en esa gran vitrina llena de dulces y regalos que enloquecía a los niños que pasaban frente a ella. Todavía estaba cerrado, así que se asomó a su interior y lo primero que vio fue un gran reloj que marcaba 5 minutos para la hora que debía llegar, así que no tuvo más remedio que salir corriendo de ahi, pero pensando que lo primero que haría al salir de su trabajo sería ir a ese paraíso.
Llegó justo a tiempo, aunque ya lo estaba esperando el supervisor con esa mirada de buitre que lo caracterizaba: <<¡Un minuto más tarde y te dejo en la calle!; ¿¡Entendiste!?>>. Asintió con la cabeza y giró para ponerse su delantal. Entró a la bodega donde guardaban la tinta y sacó dos galones, se dirigió a la maquinaria y comenzó a entintar todo. Mientras hacía este trabajo de una manera automática, se acercó uno de los trabajadores del lugar para hacer plática:
--Buenos días Joaquín, que tal te fue con el agua, se inundó por donde tu vives ¿no?
--Si, un poco.
--No, dejame te cuento, mi recámara quedó toda inundada y se remojó de nuevo la pared, mi hija me estuvo ayudando a secar todo, pobrecita, apenas con sus 6 añitos y ya tiene que estar soportando esta cruel vida, pero vas a ver, la suerte me va a sonreir algún día y voy a poder darle todo a mi hija, todo lo que sueñe se lo podré hacer realidad.
--Si, ten fe.
--Es necesario, aunque no le puedo dar de comer fe a mi hija, y menos con este miserable sueldo que nos dan.
--¿Por qué no buscas otra cosa entonces?
--No se puede, tu sabes cómo estamos y no me puedo arriesgar.
--Pues entonces no te quejes.
--Tantos años que llevamos trabajando juntos y todavía no me puedo acostumbrar a tu caracter tan sombrío, y lo peor es que nunca me platicas nada de tu vida, quizá pueda ayudarte en algo.
--Que quieres que te platique si no hay nada que platicar, hago lo que tu haces, en eso no hay nada nuevo. Después de trabajar nada más llego a mi cuarto a comer un poco y a dormir, eso es lo que me tocó a mi.
--En eso tienes razón, aunque ya te he dicho que cuando quieras puedes venirte con mi hija y conmigo, y así ya no vas a estar solo.
--Si, cómo sea.
Estaba ansioso porque dieran el toque de salida para ir corriendo a aquel establecimiento que había conocido en la mañana, deseaba que todavía estuviera abierto para cuando llegara. Justo antes de que dieran la salida, Antonio lo intercepta: <<¿No te gustaría venir a comer a mi casa? Para cambiar un poco tu rutina.>>. Joaquín ya no sabía que hacer y le dijo con un tono un poco cortante: <>, apenas terminó de decirlo giró y se puso en marcha hacia aquella dulcería.
Aquel lugar era el paraíso, antes siquiera de cruzar el umbral, una emoción incontenible le llenó el alma. Aquel lugar era tan amplio y tan colorido que recordó cuando era niño. El aroma del dulce y del chocolate le inundaba su cabeza y hacía que soñara en cosas que no tenían realidad para él pues nunca lo había concebido. Se acercaba a todas las vitrinas y miraba la gran variedad de dulces que había, se sorprendía que pudieran existir tantos y deseaba sobremanera el probarlos. Su cara le había cambiado, ahora tenía un semblante tranquilo, se podría decir que casi lleno de paz. Reflexionó por un momento, metió su mano en su bolsillo y sacó lo que había ahí, vió que tenía un tostón así que decidió comprar unos cuantos dulces para llevarlos de postre, pues cambió de parecer con respecto a la invitación de Antonio. Se acercó al mostrador, vio los precios y le indicó al dulcero cuales quería llevar. El hombre de bigote amplio sacó una cuchara honda y escogió los dulces que le había indicado Joaquín, sacó media hoja de periódico, la hizo cucurucho con una destreza tal que sólo los maestros lo pueden hacer, colocó ahí la mercancía que estaba en la cuchara y lo pesó. <> Joaquín sacó la moneda y le pagó, teniendo su cambio en la mano salió de la dulcería muy contento, pero en eso algo llamó su atención. Giró bruscamente y sus ojos quedaron clavados en otros que estaban dentro de la vitrina principal que daba a la calle. Esa mirada que recibía Joaquín era la más hermosa que nunca antes había podido siquiera haber imaginado, tan dulce y amable, tan adorable, tan tierna. Se quedó congelado en ese sitio, y comenzó a soñar de nuevo en esas cosas irreales que habían sido creadas desde que entró a aquel lugar. Aquellos ojos se quedaron fijos mirándolo, sin un solo pestañeo. Al fin recobró la razón cuando una niña pasó corriendo y se quedó justo frente a él gritándole a su mamá: <<¡Mira, mira mamá. Es ella, es ella! ¿¡Apoco no es la muñeca más bella que habías visto en tu vida!?>>, <>.

Era una muñeca, pero no cualquier muñeca, era única en todos los sentidos, de inigualable belleza. Su cabello castaño le llegaba poco más allá del hombro, era lacio largo y hermoso, dócil y suave a la vista. La porcelana que hacía su piel era tan tersa e inmaculada, de un rosa blanquesino purísimo. Sus rasgos eran finos y delicados, de cejas arqueadas ligeramente, orejas pequeñas, nariz recta respingada en la punta y sonrisa angelical. Tenía un ligero rubor en sus mejillas que le daban un toque de sutil viveza. Sin duda alguna lo que más destacaba en su semblante eran aquellos ojos que fascinaron a Joaquín desde el primer momento en que se cruzó con ellos; eran grandes y expresivos, un poco rasgados por la sonrisa que hacía, marrones y con un brillo incalculable que destellaba cada vez más conforme uno miraba más a través de ellos. Su cuello era delgado y enhiesto, esculpido con una maestría sin igual, tan delicado y acariciable. Su vestido era uno blanco satinado de la época, asemejaba a una princesa con su talle delgado y torneada figurita, el color le daba la suficiente luz en el rostro para confirmar que se trataba de un pequeño ángel. Sus manitas eran de dedos finos y bonitos, largos en proporción a su figura, eran de la misma porcelana del rostro. Sus piecitos daban la impresión de querer bailar sobre nubes por la forma en que estaban colocados.
Había quedado prendado de ella. La estuvo contemplando tiempo indefinido, escudriñando con sus ojos cada detalle que la conformaba, viendo una y otra vez esos preciosos ojos que lo embrujaron completamente. No podía evadir la mirada, quedó embelezado de ella de forma tal que estuvo soñando despierto un buen rato, hasta que la melodía del campanario lo despertó. Si no se apresuraba, no iba a llegar con Toño. Dio una última ojeada a través de su hombro y se alejó con paso rápido hasta la casa de su amigo.

Llegó a la puerta y tocó una sola vez, abrió Marian, la hija de 6 años de Antonio. <<¿Quién eres?>>, Joaquín se quedó con las palabras en la boca pues Antonio se asomó por el umbral rápidamente: <<¿Cuántas veces te he dicho que preguntes antes de abrir mi niña?; ¡Ohh, pero si eres tu!, entra, entra, no te quedes ahi, mira que ya la comida está lista para servirse, deja nada más saco otro plato y ahorita ya me las arreglo.>>. Joaquín pasó y dejó su abrigo en una silla que estaba cerca de la puerta, sacó el cucurucho y se los dio a Marian.
--Mira, te traje estos dulces para que los pruebes después de comer
--Gracias, pero aun no me has dicho quien eres.
--Claro, disculpa que descortés he sido, soy Joaquín, amigo de tu papá. Tu eres Marian, tu papá me ha platicado muchas cosas de ti, te quiere mucho.
La niña sonrió y se metió al cuarto donde dormía con su papá. Joaquín mientras tanto empezó a curiosear y a ver la casa, Antonio salió de la cocina y le dijo que porfavor tomara asiento y llamó a su hija para que hiciera lo mismo. Sirvió el estofado que había preparado, realmente se veía apetecible, el vapor que exhalaba se adivinaba realmente delicioso. <>. El vino se apetecía con un buqué moderado pero agradable al paladar, no muy fino pero de una calidad suficiente para alegrar el mejor manjar del mundo. Charlaron largamente durante toda la comida, los ojos de Marian iban de una persona a la otra, siguiendo toda la conversación, pero sin intervenir en ella.
Súbitamente se levantó de la mesa cómo si se acordara de algo y entró corriendo al cuarto contiguo, salió y con una sonrisa de oreja a oreja le entregó a su papá el cucurucho: <<¡Mira papi, Joaquín me los regaló!, ¿Puedo comer uno?>>. Dejó el paquete abierto sobre la mesa, unos cuantos caramelos rodaron por la mesa y con los reflejos de un gato, Joaquín tomó uno antes de que cayera al suelo, se lo metió a la boca y con una sonrisa les dio su aprobación.